No hay que confundir tener una actitud abierta, valiente y positiva ante la vida con negar las emociones negativas. Todos nos sentimos tristes, malhumorados o enfadados alguna vez, y es normal que así sea, más cuando debemos hacer frente a un revés.
El problema llega si no somos capaces de canalizar esos sentimientos y los convertimos en una actitud crónica.
Obligarse a estar contentos cuando uno no tiene motivos para no estarlo puede llegar a ser incluso contraproducente. Lo importante es reconocer y conducir ese estado de ánimo. Redirigir la atención de nuestra mente a las posibilidades que nos ofrece la vida, en lugar de focalizarnos en las malas experiencias.
Las técnicas de relajación de cuerpo y mente o mantener un círculo social activo son muletas que sin duda ayudan. Es normal que ante una enfermedad uno se sienta mal y hay que respetarlo.
No vale con que las personas del entorno te digan que te animes. Hay que huir de ese patrón bienintencionado pero a veces banal y trabajar las emociones de forma más profunda, gestionando la angustia desde un profesional, no desde un consejo de los demás y simplista.
Imagen | Itaka